Otra vez tú, como una piedra en mi camino... {Alexander Winchester}

Otra vez tú, como una piedra en mi camino...

Hacía ya horas que estaba metida en aquel dichoso despacho entre montañas de papeles, cartas, peticiones, cosas de todo tipo y ya comenzaba a saturarme. Tenía la cabeza a punto de explotar y aún tenía día por delante. Respiré profundamente echando mi cabello hacia atrás cuando vi una nota sobre mi escritorio que me informaba de mi reunión con el Director de los aurores, Alexander Winchester. Bufé exasperada sin muchas ganas de aguantar a aquel hombre con aires de veinteañero, pero había acordado recibirle, y como Ministra, debía hacerlo.

No debería tardar mucho en aparecer, de modo que me levanté para tratar de poner algo de orden en mi despacho, ya que lo que menos necesitaba es que además de tener que soportarle tuviera algo para criticarme.

Estaba terminando ya de poner orden cuando oí unos suaves golpes en la puerta y rodé los ojos bufando suavemente. -Adelante...-dije con resignación a sabiendas de que sería Alexander.

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Era tarde ya, y estaba casi segura de que éramos los dos tontos que nos quedábamos a trabajar hasta esas horas, pero no me quedaba otra, era la encargada de administrar todo lo referente al mundo mágico y los aurores entraban en ese grupo, por lo que estaba obligada a encontrarme continuamente con mi "querido" antiguo compañero de colegio y ahora de trabajo.

-Buenas noches, Director Winchester. -dije con tono formal, aunque sabía que conforme empezara a hablar mi mal humor iría en aumento y ambos terminaríamos perdiendo las formas. Eché un nuevo vistazo a mi despacho cuando dijo aquello de traerme más trabajo y asentí con la cabeza. -Seguro...-suspiré. -¿De qué se trata? -pregunté simulando interés aunque en realidad estaba deseando terminar para poder marcharme y sobretodo perderle de vista. Me acerqué a la ventana y alcé la vista al cielo nocturno con la Luna brillando en lo alto mientras esperaba su respuesta.

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No tenía ni idea de qué demonios sería lo que venía a pedir esta vez pero estaba segura de que fuera lo que fuese no me gustaría, eso y teniendo en cuenta que el señor Winchester tenía una capacidad innata para acabar con mi paciencia, la discusión estaba asegurada. Todo aquello me hacía recordad nuestra época de estudiantes, yo era un par de años mayor que él, pero habíamos coincidido en la misma época en el colegio y ya desde aquel entonces no le soportaba. ¿Quién me iba decir que acabaría también trabajando con él? Desde luego que la suerte no estaba de mi lado.

-¿Más aurores? -exclamo alzando ambas cejas y volviendo mi vista hacia él tras escuchar aquello. Sacudí la cabeza bufando suavemente y hago un gesto señalando a mi alrededor. -¿Pocos para lo que hay que hacer? -pregunto con una risa irónica. -Yo soy poco para todo lo que hay que hacer. -dije haciendo referencia a la multitud de papeles con cosas pendientes que había en mi despacho. -Para lo que hacéis los aurores, con los que sois tenéis más que suficiente. -dije exasperada, pues hacía tiempo que no recibía buenas noticias sobre el trabajo de estos y francamente cada vez me parecían menos útiles.

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Acababa de llegar y ya me había puesto de los nervios. ¿Qué narices pasaba con él? Estaba claro que tenía un don para molestarme y conseguir sacar la peor parte de mi humor. Siendo Ministra de Magia muchas veces tenía que atender peticiones, quejas, sugerencias... sin embargo nadie lograba molestarme tanto como el lo hacía, y es que era verle entrar por la puerta y sentir que la pelea era inminente.

Escuché sus argumentos y respiré profundamente tratando de no alterarme más de lo que ya estaba. ¿Acaso tenía que hacer también su trabajo? -Pues si están cansados haz grupos más pequeños, mientras unos trabajan, que los otros descansen y que se vayan relevando. -contesté. Las cosas estaban complicadas y no podíamos asumir gastos a la ligera, si siempre habían sido suficientes, ¿porqué ahora necesitaban más? -¿Y crees que por eso merecéis más? Es vuestro trabajo, nadie os debe nada. Y si los que tienes no te sirven, entonces despídelos y busca otros más jóvenes que sean capaces de aguantar el trabajo intenso.-dije algo alterada, necesitaba calmarme un poco.

Entonces empezaba él con sus palabras amables como si de pronto fuera a resolver todos nuestros problemas. ¿Porqué demonios tenía que ser siempre tan desconcertante? -¿Crees que es fácil encontrar a alguien así? ¿Alguien dispuesto y que haga las cosas bien? El valor y la inteligencia son bienes escasos, Director Winchester. -dije secamente.

En ese momento vi como se acercaba un poco a mí, hablando de forma algo más suave y mi cuerpo se tensó ligeramente de forma instintiva. ¿A qué venía aquello? ¿Trataba de convencerme con aquella intensa mirada? Y lo peor... ¿podía conseguirlo? No entendía porqué pero su cercanía me había puesto nerviosa y casi me hizo olvidar nuestra discusión. Suspiré suavemente mientras pensaba en algo. -¿Cuántos crees que podrías necesitar? -pregunté haciendo un esfuerzo por negociar.

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Si la cosa continuaba así se nos terminaría escapando de las manos, y aquello no nos convenía a ninguno de los dos, por lo que sería aconsejable respirar profundamente y tratar de calmarnos, pero mi "querido" Director Winchester no ponía dicha tarea nada fácil. Escuché lo que decía y no se me escapó el detalle de que me había llamado por mi nombre, cosa que no solía ocurrir, dado que siempre me llamaba Ministra. -No pienses que para mí es plato de buen gusto despedir a nadie, pero si dices que no hacéis vuestro trabajo como deberíais, tal vez haya llegado el momento de hacerlo. -dije con cierta sequedad puesto que aquelo hombre lograba sacarme de mis casillas.

Volví a tomar aire cerrando los ojos un instante, pues sabía que si no poníamos cada uno un poco de nuestro lado, nunca acabaríamos aquella discusión. -Tú mismo te encargarás de examinarlos y les tendrás unos días de prueba, si no funcionan o no están capacitados para aguantar la intensidad del trabajo se irán, ¿de acuerdo? -preguntó con seriedad. Si no quedaba más remedio que darle el permiso lo haría, pero tampoco pensaba dejar que se malgastaran los escasos recursos.

Entonces tras escuchar lo último que dijo vi como se acercaba aún un poco más a mí haciendo que mis nervios aumentaran. ¿Qué narices le pasaba? ¿Porqué se acercaba tanto? -Cuatro, ni uno más. -accedí contestando rápidamente alterada por su cercanía. -¿Qué...qué ocurre? -pregunté tratando de sonar fuerte y autoritaria, aunque sin mucho éxito, pues era incapaz de controlar los nervios.

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Sabía que el tema de los Aurores era algo serio porque nunca se sabía cuando los Mortífagos iban a decidir atacar y si lo hacían debíamos estar bien preparados o la existencia de todo el mundo mágico peligraría.-Está bien, pero más vale que aprovechéis esta oportunidad o perderé toda la fe que tengo puesta en vuestra organización. -dije con seriedad, pues el destino de al menos una parte del mundo mágico dependía de la buena actuación de ellos.

No sabía que pretendía con aquel acercamiento, pero la distancia entre nosotros cada vez se hacía más pequeña y yo ya tenía la sensación de que el latido de mi corazón se oía desde metros de distancia, y eso me alteraba aún más por ser incapaz de mantener la calma solo porque él estuviera cerca. ¿Qué me estaba pasando? -Yo...no. Solo que...-decidí callarme al darme cuenta de que sonaba como una adolescente que acababa de ver al chico que le gustaba. En ese momento, estando los dos en silencio, posé mi vista en sus ojos y suspiré suavemente ya sin pensar en la discusión ni nada más.

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Era increíble ver como de pronto habíamos pasado de ir subiendo cada vez más la voz a relajarnos y llegar a un acuerdo sin habernos quedado afónicos en el intento, pero lo cierto es que así era mucho mejor para ambos. -Eso espero... -dije con suavidad asintiendo, dando ya prácticamente por olvidada la conversación sobre los futuros contratos.

Sin comerlo ni beberlo, me encontraba frente a él, muy cerca, demasiado, mucho más de lo que soportaría en circunstancias normales, pero por algún motivo en ese momento no me molestaba, sino todo lo contrario. Casi podía notar su aliento en mi rostro y con mis ojos puestos sobre los de él, las ganas de acortar la distancia iban en aumento hasta que unos instantes después de escuchar su pregunta, siendo incapaz de responder, él se acercó aún más haciéndome estremece al sentir sus manos sobre mi cuerpo y provocando que cerrara los ojos subiendo una de mis manos a su nuca para acariciarla mientras correspondía a su beso sin importarme en aquel momento nada más que no fueran sus labios junto a los míos.

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No podía creerlo, ¿qué diantres me estaba ocurriendo? Si hace tan solo cinco minutos alguien me hubiera dicho que acabaría correspondiendo un beso nada más y nada menos que de Alexander Winchester le hubiera tratado de loco y por supuesto lo habría negado rotundamente. Sin embargo, ahí estábamos los dos. Sentía sus labios acariciando los míos de forma apasionada, su mano enredándose en mi pelo mientras la otra sujetaba mi cintura para que me mantuviera unida a él y yo lo único que podía hacer era disfrutar de las sensaciones y corresponder con caricias en su nuca mientras mi mano libre se posaba sobre su cintura sin tener intención alguna de apartarme de aquel agradable contacto.

Tal vez el estrés del trabajo y las presiones que como Ministra soportaba habían hecho que aprovechara aquel "respiro" agarrándome a él como a un clavo ardiendo a pesar de ser en compañía de aquel hombre que tanto detestaba, o al menos eso era lo que quería creer. ¿Qué otro motivo podría haber? Entonces sentí el suave mordisco de él sobre mi labio inferior y dejé escapar un suave gruñido de forma inconsciente ya que me encantó que hiciera eso y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo ante esa sensación. Continué con aquel beso que no tenía ni pies ni cabeza pero que estaba disfrutando más de lo que estaba dispuesta a reconocer mientras me pegaba un poco más a él posando la mano que tenía en su cintura ahora sobre su pecho, sintiendo el rítmico latido de su corazón que era como música para mis oídos en aquel momento.

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Puede que después de aquello la relación entre nosotros cambiara para mejor, o tal vez empeorara, no lo sabía, lo único que sabía era que en aquel preciso instante lo que realmente deseaba era su compañía, sentir la suavidad de sus labios sobre los míos, la calidez de su piel, la delicadeza de sus caricias... Era incapaz de explicar el porqué, y probablemente me diera miedo pensar en los motivos, pero todo lo que antes me hacía rechazar a Alexander hasta el punto de discutir continuamente ahora me hacía querer pegarle más a mí hasta el punto de que la única distancia que hubiera entre nosotros fuera la que ocupaba nuestra propia piel.

En ese momento escuché un gruñido de él que hizo que una extraña sensación recorriera toda mi columna, como una especie de corriente de placer, y es que adoraba escuchar aquel sonido procedente de él, aunque realmente acababa de descubrirlo. Nuevamente sentí como mordía mi labio inferior haciéndome estremecer y un suave ronroneo escapó de mis labios de forma involuntaria, ya que aquello me gustaba demasiado como para poder evitarlo.

Sentí como me acorralaba despacio entre su cuerpo y la pared y cuando liberó mis labios por un instante, nuestros ojos se encontraron en una mirada intensa y una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. Aquella no era yo, no sabía que me estaba pasando ¿acaso me había vuelto completamente loca? No tenía respuesta para aquello, pero sí tenía una certeza, no quería remediarlo, estaba demasiado bien así con él. Fue en ese preciso momento cuando sentí los labios de él sobre la piel de mi cuello, una de mis zonas más delicadas y fui incapaz de contener un suave jadeo, dado que me había pillado completamente por sorpresa. Cerré lo ojos disfrutando de las sensaciones que estaba produciendo en mí mientras enredaba los dedos entre su pelo y al mismo tiempo le mantenía unido a mí, pues no quería que se apartara ni un solo milímetro.

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La temperatura en mi despacho iba en aumento a cada instante. Cada beso, cada mordisco, cada caricia hacía que mi respiración se agitara más, acompasándose con los latidos de mi corazón que parecía querer escapar de mi pecho. Sin duda aquella repentina pasión que había surgido entre nosotros se nos había escapado de las manos, pero no me importaba, mi mente en aquel momento estaba única y exclusivamente por Alexander, y no precisamente por las múltiples discusiones que habíamos tenido, sino por todo lo que en aquel momento estaba despertando en mí.

Me estremecí al sentir la mano de él en mi abdomen, sintiendo una extraña sensación ante aquel contacto, era...diferente. Había mantenido relaciones con personas antes pero jamás había sentido cosas como las que Alexander estaba encendiendo en mí. No me atrevía a preguntarme a mí misma sobre el origen de aquello. ¿Era posible que lo que estaba ocurriendo en aquel momento fuera algo más que físico? Tenía sospechas al respecto que me decían que sí, pero ni yo misma me lo reconocería, era imposible que sintiera algo por él.

Dejé que cogiera mi pierna, enredándola alrededor de su cadera pegándole así aún más a mí, si es que eso era posible mientras notaba como besaba mi cuello y mordía suavemente el lóbulo de su oreja, haciendo que de nuevo escapara de mis labios un pequeño gruñido de placer mientras una de mis manos recorría su espalda y la otra descendía lentamente hasta posarse sobre su trasero, presionándolo suavemente. No sabía que era lo que tenía, pero aquel hombre estaba logrando enloquecerme por completo.

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Algo en mi cabeza se empeñaba en decirme que aquello era una locura, que Alexander y yo no nos llevábamos bien y ni mucho menos nos gustábamos, pero en ese preciso momento nada de eso me importaba, había perdido todo el sentido la antipatía que él solía producirme y ahora todo se había convertido en deseo, pasión y algo más fuerte que no me atrevía a reconocer.

Esbocé una pequeña sonrisa sobre sus labios disfrutando al escuchar su gruñido y ronroneé suavemente sintiendo sus caricias por mi muslo que me hacían estremecer de la cabeza a los pies, estaba perdiendo completamente la cabeza, y lo más extraño es que me gustaba, deseaba a Alexander y en aquel momento no había nada que quisiera más que estar con él. Escuché como decía mi nombre, que sonaba demasiado bien cuando salía de sus labios y sonreí nuevamente. -Alexander...-jadeé presa del placer que provocaban en mí sus caricias.

Me sorprendió un poco lo que hizo después, ya que levantó mi otra pierna haciendo que quedara completamente en el aire, únicamente sujeta en su cadera y por la pared, atrapada con su cuerpo y sin ninguna intención de escapar de aquella dulce prisión. Suspiré suavemente, sus besos me enloquecían y me quemaban la piel a su paso, era realmente placentero. Rodeé su cuello con uno de mis brazos para mantenerme bien sujeta a su cuerpo y correspondí a su beso intensamente aventurándome en esta ocasión a buscar su lengua con la mía.

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A cada momento, la intensidad de nuestros besos y caricias iba aumentando más y más haciendo que fuera prácticamente imparable. Había llegado a un punto en el que era incapaz de pensar, y lo único que estaba en mi cabeza era la sensación de su cuerpo junto al mío, su caricias, sus besos y su suave voz agitada por la excitación.

Volví a gruñir de forma inconsciente al escucharle jadear mientras nuestras lengua bailaban juntas en una danza de pasión desenfrenada para después dejar escapar un suave gemido al notar su mordisco que cada vez me provocaba más. Mientras tanto una de mis manos se coló por debajo de su camisa para acariciar su espalda suavemente, recorriendo su piel despacio, sin prisa alguna, solo quería sentirle. Sentí su mano recorrer mi cuerpo y me mordí el labio inferior suavemente, acallando así un nuevo gemido de placer ante su contacto.

Solté un pequeño gruñido a modo de queja cuando se separó y tras escuchar su pregunta dudé un momento. No quería separarme de él, en absoluto, y sabía que mi despacho era zona segura, pues nadie se atrevería a interrumpirme, pero por otro lado estaba convencida de que sería mucho más cómodo estar en una casa que en un simple despacho. -Puede que sea mejor ir a tu casa...-susurré jadeante. De ser humanos corrientes aquello sería un gran inconveniente, puesto que podría llevarnos bastante tiempo llegar hasta allí, pero siendo magos nos bastaba un conjuro sencillo para estar en su casa en cuestión de segundos, lo cual era toda una ventaja.

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